Son muchas las personas que padecen dolor crónico por alguna enfermedad somática o se ven muy limitados cuando le diagnostican determinadas patologías generando todo ello un cuadro de ansiedad y tristeza que muchas veces les imposibilita vivir y seguir adelante.
Vivir con una enfermedad no es nada fácil. Es un camino farragoso en el que muchas veces te encuentras arriba porque te has levantado genial y otras, hundido en la miseria porque no puedes más. Pensamientos tipo “no puedo hacer nada, soy un@ inútil, no valgo para nada, me duele tanto que ya no sé que hacer para que se quite, nunca volveré a ser el que era….” invaden la mente generando un gran sentimiento de inutilidad y desasosiego. Esto ocurre porque nuestro cerebro está hecho para huir del dolor, para evitarlo porque es algo malo y cuando nos vemos en esta situación lo único que queremos es eliminarlo y controlarlo. Queremos darle al botón y que deje de doler. Pero no podemos. Cuanto más nos resistimos a aceptar el dolor y aprender a convivir con el, más son los sentimientos de frustración, rabia, impotencia e inutilidad y más ansiedad o tristeza nos genera padecer la enfermedad. Lo mismo ocurre con las limitaciones, queremos tener todas nuestras funciones en plenas condiciones pero en el 90% de los casos nunca se cumple. El que no le duele una pierna, tiene una dolencia en el ojo o tiene una discapacidad o cualquier otra cosa. No somos perfectos ni máquinas. Somos seres humanos a los que les pasan cosas y nuestras capacidades en muchas ocasiones se ven mermadas pero eso no significa que no se pueda vivir.
El dolor en muchos casos, es un compañero de viaje molesto e irritante pero que nos acompañará durante mucho tiempo o para el resto de nuestra vida. Por ello, cuanto antes se acepte ese hecho, antes podrá desarrollar herramientas para gestionarlo y poder convivir con el. Así mismo, hay que aceptar que el bienestar que se tenía anteriormente no volverá por lo que hay que pasar ese duelo también. Es importante que la persona realice un trabajo en conjunto con su médico y su psicoterapeuta para abarcar así la totalidad del individuo. Es necesario conocer con exactitud la problemática, cuáles son las limitaciones, el estado físico y emocional en el que se encuentra, cuáles son las posibilidades y cuáles son los apoyos sociofamiliares (porque estos son muy importantes). Dependiendo de todo ello, se evaluará hasta donde puede llegar la persona afectada y cuáles son sus tiempos porque no todo el mundo podemos realizar las mismas cosas en el mismo periodo de tiempo y esta variable hoy día está muy poco valorada. Nos pensamos que debemos alcanzar un objetivo, como por ejemplo echar a andar por rotura de cadera, en el mismo tiempo que lo ha hecho otro y no es así. Siempre parece que estamos en una carrera de obstáculos donde hay que rendir lo que rinden otros porque si no no vales. Los planetas no se mueven a la misma velocidad que lo puede hacer un asteroide ni todas las plantas crecen al mismo tiempo. Cada uno tiene su biorritmo estés o no estés enfermo. Sólo hay que encontrar cuál es y sea cual sea será completamente válido. Así mismo, habría que readaptarse a nivel profesional y personal acorde a lo que nos permita la patología en cuestión. Somos seres humanos, no máquinas de producción por lo que deberemos tratarnos con mucho mimo. Hay que tenernos paciencia, hablarnos con amor, aprender a no ser tan autoexigentes y tomarnos la vida con un poco más de filosofía mirándola desde otro foco. Siempre se tendrán días mejores y días no tan buenos. Cuando se tengan los malos los gestionaremos de una manera y cuando se tengan los buenos de otra pero nunca nos autocastigaremos por pasar un día o dos peores y nos quedemos en la cama a descansar. Esto forma parte del ser humano, es algo de lo que no estamos exentos nadie y aunque no nos guste podemos encontrar la forma de convivir con el dolor y poder hacer nuestra vida dentro de lo que nos permita la enfermedad e incluso más si nos esforzamos.
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