Si nos pasamos la vida echando reproches tipo “Tú hiciste...”, "Tú dijiste...", “Tú es que no haces...”, “Tú fuiste un@…” no llegaremos nunca a un entendimiento mutuo porque estamos hablando desde el dolor. En todas las relaciones, sean de amistad o de amor, el problema no es de uno si no de los dos por lo que hay que hacerse cargo de la parte que nos corresponde y cuando nos dirijamos a la persona para hablar lo haremos desde el amor que nos procesamos. Expondremos nuestra opinión de forma asertiva acerca de esa persona pero también reconoceremos nuestra parte y lo expondremos de la misma forma e intentaremos llegar a un entendimiento. Si no podemos, como ocurre muchas veces en la convivencia, se puede llegar a una negociación. Para que esto salga bien y la relación funcione, ambas personas tienen que poner de su parte y, para ello, es necesario que haya compromiso y comunicación. Si consideramos que esto no sucede, no nos quedemos anclados en la queja tendremos que actuar en consecuencia, poner límites, evaluar la situación y ver si esa relación realmente nos compensa o no. Si nos quedamos anclados lo único que puede suceder es que la relación se vuelva tóxica y que nosotros nos perdamos en ella y que cuando nos miremos al espejo veamos en quien nos hemos convertido que para nada tiene que ver con lo que un día fuimos.
Una despedida a tiempo, es una batalla ganada. No sólo por el coste emocional que conlleva llegar a un punto de no retroceso sino que te permites continuar y todos tenemos derecho a eso. No es nada fácil decir adiós a alguien cuando lo quieres, pero muchas veces por el bien de los dos y por el de terceras personas (hijos) es mejor soltar.
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